Al llegar al Parque del Periodista, al rededor de las 3 pm del lunes anterior a la entrega final de la obra, comenzamos a pensar en el lugar donde se propuso fijar 39 acetatos impresos con los rostros de las víctimas de la masacre de Villa Tina.
Eramos dos personas, de 27 y 32 años, hombres, gente que no representa una real amenaza para nadie. Si estábamos allí fue porque tuvimos una tarea que implicó un reto para todo el equipo porque quisimos que quedara muy bien ejecutado; algo de la academia y del arte.
Es necesario aclarar que el punto específico donde se encuentra la escultura a intervenir es ampliamente conocido por las actividades relacionadas con comercio y consumo de drogas ilícitas. Este parque se comporta como una "zona de distensión" dentro de una ciudad con tal historial y actual apogeo del narcotráfico como lo es Medellín.
Si uno lleva un tiempo conociendo la ciudad con alguien de allí, sabe que hay cosas con las que se debe ser cuidadoso, sin perder la tranquilidad al salir al centro o a algún barrio de las laderas del valle. Cosas como "las plazas de vicio" son de esas cosas de cuidado; lo que implica que tomar fotos puede resultar como uno no lo espera.
Sacamos el teléfono y a los 5 segundos se acercó un hombre que ni hostil ni grosero nos preguntó qué estábamos haciendo. Antes de poder responder algo llegó otro hombre menos amable, bastante alterado, uno puede deducir que tenía mucho perico encima, lo cual traía consigo un comportamiento amoral y desmedido.
Es normal asustarse, pero si se guarda la calma y se siguen las instrucciones no pasa nada. Uno se va aburrido porque al final era una de esas experiencias que genera impotencia y una sensación de violación con la que casi ningún humano estamos dispuestos a existir.
Todo terminó con nosotros dos saliendo hacia La Oriental, con las fotos en las manos y una en el celular.
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